Hongos 14
Hydnum repandum
El sabor picante y amargo de sus ejemplares maduros distingue a la seta lengua de vaca. Conocida entre los científicos como Hydnum repandum, pertenece al orden de los Cantharellales, y posee un sombrero macizo de abundante carne, carente de toxicidad y muy aprovechado en el mundo culinario.
Pleurotus ostreatus
Pleurotus ostreatus es un hongo comestible conocido popularmente como seta ostra. Es muy explotado comercialmente debido a sus excelentes propiedades y amplios usos culinarios, destacando por su agradable textura y distinguido sabor. Técnicamente se puede decir que pertenece al Reino Fungi, el cual está constituido por tres grupos: Los mohos, las levaduras y los hongos de cuerpo fructífero. Registros sobre la materia indican que para inicios de los 90, el Pleurotus ostreatus era el segundo hongo más cultivado a nivel mundial.
Cantharellus cibarius
En las proximidades de las especies de hoja plana crece el cantharellus cibarius. Constituye una especie de seta perteneciente a los Cantharellaceae, se desarrolla cerca de alcornoque, roble, encina y conífera.
Morchella
Entre los ascomicetos destaca un hongo con su curiosa forma de colmena, muy cotizada en platillos de España o Francia. Esta clase de hongo se agrupa en el género Morchella.
Trufa blanca
En Istria e Italia se desarrolla de forma subterránea la Tuber Magnatum, también conocida como trufa blanca. Recibe su nombre por la coloración de su pulpa, que emula al marfil. Aunque a veces toma tonos pardos.
Trufa negra
Como trufa se conoce a aquellos hongos del género ascomicete, que pertenecen a la familia Tuberácea y a la clasificación superior tuber. Tienen su origen en el interior de las ascas, cavidades parecidas a sacos, que le dan origen al nombre ascomicetos. Se forman debajo de la tierra y son micorrizas, es decir, se unen o realizan simbiosis con raíces de ciertos árboles. Estudiosos han hallado unas 32 variedades, pero la más estimada y de mayor valor en la cocina es la trufa negra, seta morada o de Périgord, conocida científicamente como Tuber melanosporum.
Ascomicetos
El reino Fungi es vasto y diverso, desempeñando un papel crucial tanto en los ecosistemas naturales como en la salud humana. Dentro de este reino, los ascomicetos destacan como uno de los grupos más numerosos y variados, representando aproximadamente el 75% de las especies de hongos conocidas, con alrededor de 30,000 especies descritas hasta la fecha.
Los ascomicetos son hongos eucariotas que carecen de clorofila y, en su mayoría, son saprófitos, es decir, obtienen nutrientes descomponiendo materia orgánica muerta y en descomposición. Esta capacidad los convierte en agentes esenciales para el reciclaje de nutrientes en múltiples ecosistemas. Sin embargo, no todos los ascomicetos son saprófitos estrictos; algunos forman relaciones simbióticas, como los líquenes, o son parásitos de plantas, animales y otros hongos.
Este grupo incluye organismos tan diversos como las levaduras, que son unicelulares y se utilizan ampliamente en la industria alimentaria y biotecnológica, hasta hongos complejos que forman estructuras reproductivas visibles a simple vista. Los ascomicetos habitan en una amplia variedad de ambientes, desde ecosistemas acuáticos hasta terrestres, e incluso en el subsuelo. Un ejemplo notable de ascomicetos subterráneos son las trufas, hongos micorrízicos altamente valorados por su aroma y uso culinario.

Además, algunos ascomicetos tienen importancia médica y económica. Por ejemplo, el género Penicillium es conocido por producir penicilina, el primer antibiótico descubierto, mientras que otros pueden causar enfermedades en plantas y animales, afectando la agricultura y la salud.
Lugar de desarrollo y diversidad
Los ascomicetos suelen proliferar en una amplia variedad de sustratos, siendo la madera uno de los lugares más comunes para su desarrollo. Además, estos hongos pueden crecer sobre materiales que contienen queratina, como uñas, plumas, cuernos y cabello. También se encuentran frecuentemente en excrementos y alimentos, lo que les permite colonizar ambientes diversos. Algunos ascomicetos son parásitos que se adhieren a animales, humanos y plantas, donde pueden causar manchas blancas u otras alteraciones visibles.
La gran diversidad de los ascomicetos abarca numerosas familias y géneros, muchos de los cuales son reconocidos desde hace décadas por su relevancia económica, médica y biotecnológica. Por ejemplo, el género Saccharomyces incluye levaduras utilizadas en la fermentación para la producción de pan, cerveza y vino. Aspergillus es un moho que, si bien es conocido por causar enfermedades en humanos y plantas, también tiene aplicaciones industriales, como en la producción de enzimas y ácidos orgánicos. Por otro lado, Penicillium es famoso por ser la fuente natural de la penicilina, el primer antibiótico descubierto, y por su papel fundamental en la elaboración de diversos quesos, como el roquefort y el camembert.

Además de estos ejemplos, existen muchas otras especies de ascomicetos con funciones ecológicas cruciales, como la descomposición de materia orgánica y la formación de relaciones simbióticas con plantas, lo que resalta la importancia de este grupo en los ecosistemas terrestres.
Reproducción de ascomicetos
Los hongos ascomicetos, junto con los basidiomicetos, forman un grupo conocido como «hongos superiores». Su estructura vegetativa está compuesta por un micelio extenso y ramificado, constituido por hifas septadas protegidas por una pared celular quitinosa. Estas hifas se desarrollan principalmente dentro del sustrato, lo que les permite absorber nutrientes de manera eficiente.
La reproducción de los ascomicetos puede ser tanto sexual como asexual, adaptándose a diferentes condiciones ambientales. En la reproducción sexual, se forman esporas especializadas llamadas ascosporas, que se desarrollan dentro de unas estructuras cerradas denominadas ascas. Estas ascas, generalmente ubicadas en cuerpos fructíferos llamados ascocarpos, son fundamentales para la dispersión y supervivencia de la especie en el medio ambiente.
Por otro lado, la reproducción asexual es muy común en estos hongos y se realiza mediante la producción de propágulos conocidos como conidias. Las conidias se generan en estructuras especializadas llamadas conidióforos, y su formación permite una rápida multiplicación y colonización del sustrato sin necesidad de la fusión de núcleos. Esta vía asexual es especialmente ventajosa en condiciones favorables, facilitando la dispersión y el establecimiento de nuevas colonias.
Como ejemplo, el género Penicillium, conocido por su importancia en la producción de antibióticos, se reproduce predominantemente mediante conidias, lo que explica su rápida proliferación en diversos ambientes. Asimismo, algunos ascomicetos forman ascocarpos visibles, como en el caso de las trufas y las colmenillas, que son apreciadas por su valor gastronómico.
Importancia ecológica
Los hongos ascomicetos desempeñan un papel fundamental en casi todos los ecosistemas terrestres, actuando como agentes clave en el reciclaje de materia orgánica. Al descomponer hojas, tallos y árboles caídos, facilitan la disponibilidad de nutrientes esenciales para una amplia variedad de organismos, incluidos animales detritívoros, saprófagos y otros descomponedores. Este proceso es crucial para mantener la salud y el equilibrio de los ecosistemas, ya que permite que los nutrientes se reintegren al suelo y sean reutilizados por plantas y otros organismos.
Una característica destacada de los ascomicetos es su capacidad para degradar polímeros orgánicos complejos como la lignina y la celulosa, componentes principales de la madera y otras estructuras vegetales. Estas sustancias son difíciles de descomponer para la mayoría de los organismos, por lo que la acción de los ascomicetos es vital para la descomposición y el reciclaje del carbono en la naturaleza. Además, su actividad contribuye significativamente a los ciclos biogeoquímicos del nitrógeno y el carbono, procesos esenciales para la fertilidad del suelo y la regulación del clima global.

Otra manifestación importante de la ecología de los ascomicetos es su capacidad para formar micorrizas, asociaciones simbióticas con las raíces de numerosas plantas, especialmente en bosques tropicales lluviosos. A través de esta relación, los hongos micorrízicos facilitan la absorción de agua y nutrientes minerales, como fósforo y nitrógeno, que de otro modo serían inaccesibles para las plantas. A cambio, los hongos reciben carbohidratos y otros compuestos orgánicos producidos por la fotosíntesis de la planta, asegurando así su supervivencia y reproducción.
Este tipo de simbiosis no solo mejora la nutrición y el crecimiento de las plantas, sino que también aumenta la resistencia de los ecosistemas a condiciones adversas, como sequías o suelos pobres en nutrientes. En conjunto, la interacción de los ascomicetos con otros organismos y el ambiente subraya su relevancia ecológica como facilitadores del equilibrio y la productividad en diversos hábitats terrestres.
Importancia económica y sanitaria
Los ascomicetos desempeñan un papel crucial en diversas industrias debido a sus múltiples aplicaciones. En la alimentación, son esenciales para la fermentación de productos como el pan, el vino y la cerveza, procesos que dependen de levaduras ascomicetos como Saccharomyces cerevisiae. Además, varias especies de ascomicetos son altamente valoradas como alimentos gourmet, destacándose las trufas (Tuber spp.) y las colmenillas (Morchella spp.), que son apreciadas por su sabor y textura únicos.
En el ámbito médico, los ascomicetos han tenido un impacto notable, especialmente con el descubrimiento del género Penicillium. En 1928, el bacteriólogo Alexander Fleming identificó la penicilina, un antibiótico derivado de Penicillium notatum, que revolucionó la medicina moderna. La penicilina es un antibiótico de amplio espectro que ha permitido el tratamiento eficaz de numerosas infecciones bacterianas, contribuyendo significativamente a reducir la mortalidad por enfermedades como la fiebre tifoidea, la tuberculosis y la neumonía.
Gracias a la penicilina y a otros derivados producidos por ascomicetos, se ha avanzado considerablemente en la lucha contra infecciones, lo que ha mejorado la salud pública a nivel mundial. Además, estos hongos continúan siendo fuente de nuevos compuestos bioactivos con potencial terapéutico, lo que los convierte en un objeto de estudio fundamental en biotecnología y farmacología.
Impactos negativos de los ascomicetos
Aunque los hongos ascomicetos desempeñan un papel crucial en los ecosistemas y tienen múltiples aplicaciones beneficiosas, también representan un factor negativo importante. Son responsables de una gran cantidad de plagas y enfermedades que afectan a las plantaciones agrícolas, causando pérdidas significativas en la producción de cultivos.
Para que estas enfermedades se desarrollen, deben concurrir tres condiciones fundamentales: la presencia de un número suficiente de plantas huésped susceptibles, una alta concentración de esporas o conidias del hongo y condiciones climáticas favorables, como humedad y temperatura adecuadas, que propicien el crecimiento y la propagación del hongo.
Entre las enfermedades más comunes causadas por ascomicetos se encuentran los chancros, que producen lesiones necróticas en ramas y troncos; la antracnosis, que afecta hojas, frutos y tallos provocando manchas oscuras y deformaciones; y las llamadas “lepras”, que consisten en pequeñas lesiones superficiales que pueden debilitar gravemente la planta.

Además, algunos hongos ascomicetos forman mohos que pueden afectar no solo a las plantas sino también al ambiente doméstico. Por ejemplo, el moho que aparece en las paredes o alimentos en casa pertenece a esta clase, generando problemas de salud y deterioro de materiales.
Es importante aclarar que, aunque los zigomicetos no pertenecen al grupo de los ascomicetos, también son hongos que causan daños significativos. Por ejemplo, son responsables de la pudrición de frutas y la aparición de moho negro en el pan, fenómenos que ilustran la diversidad de hongos perjudiciales en diferentes contextos.
Simbiosis con animales
Los ascomicetos establecen relaciones simbióticas con diversos animales, desempeñando un papel fundamental en varios ecosistemas. Por ejemplo, especies del género Xylaria forman parte integral de los nidos de hormigas cortadoras en Sudamérica, especialmente aquellas pertenecientes a la tribu Attini. Estas hormigas cultivan activamente los hongos, que a su vez sirven como fuente principal de alimento para la colonia.
De manera similar, en los cultivos de hongos de las termitas (orden Isoptera), los ascomicetos contribuyen a la descomposición de materia vegetal, facilitando la digestión y el aprovechamiento de nutrientes por parte de las termitas. Esta relación mutualista es un ejemplo claro de cómo los hongos y los insectos han coevolucionado para beneficiarse mutuamente.
Se ha observado que estos insectos cultivan los hongos de forma meticulosa, ya que los ascocarpos apenas se desarrollan durante la presencia activa de los insectos, emergiendo con mayor intensidad justo después de que estos se retiran. Este fenómeno es similar a lo que ocurre en algunas especies de Basidiomycota, donde la interacción con insectos también influye en la fructificación fúngica.
Entre los simbiontes más relevantes de los ascomicetos destacan los escarabajos de corteza, pertenecientes a la familia Scolytidae. Las hembras de estos escarabajos actúan como vectores de esporas, transportándolas a nuevas plantas mediante estructuras especializadas llamadas micetangios, localizadas debajo de la capa de quitina en su exoesqueleto.
Además, la hembra excava túneles en el interior de la madera, donde crea pequeñas cámaras o celdillas destinadas a la oviposición. Durante este proceso, también depositan esporas de ascomicetos que germinan para formar hifas capaces de descomponer la madera, facilitando la nutrición de las larvas. Tras la eclosión, las larvas se alimentan de estos hongos y, al transformarse en adultos, continúan transportando esporas, lo que permite la colonización de nuevos árboles y perpetúa el ciclo simbiótico.

Por otro lado, los ascocarpos o cuerpos fructíferos, donde se agrupan las ascas, cumplen una función ecológica adicional, ya que proveen nutrientes a una variedad de animales. Entre estos consumidores se encuentran babosas, caracoles y mamíferos de gran tamaño, como ciervos y pecaríes (chanchos salvajes), que se alimentan de los hongos como complemento en su dieta.
Esta diversidad de interacciones destaca la importancia ecológica de los ascomicetos no solo como descomponedores, sino también como elementos clave en las redes tróficas y en la evolución de mutualismos complejos con diferentes grupos animales.
Amanita phalloides
Amanita phalloides es un hongo micorrizógeno perteneciente a la familia Amanitaceae y al género Amanita. El término phalloides proviene del griego phallos (pene) y eidos (forma), lo que significa «con forma de falo». Esta denominación probablemente se debe al parecido de su basidiocarpo en etapas tempranas de desarrollo con la forma de un falo masculino o con las setas del orden Phallales. En español, esta especie es conocida por diversos nombres comunes, tales como oronja verde, canaleja, oronja mortal, hongo de la muerte y cicuta verde.
Esta seta es una de las más venenosas de Europa, solo superada en peligrosidad por especies como Amanita gemmata. Su consumo ha provocado numerosos casos de intoxicación grave, con una tasa de mortalidad que puede alcanzar hasta el 90% si no se recibe tratamiento adecuado y oportuno. Ninguna parte de esta seta es comestible, y su toxicidad radica en la presencia de compuestos amatoxinas que afectan principalmente al hígado y pueden causar fallo multiorgánico.
Debido a su apariencia, Amanita phalloides suele confundirse con especies menos peligrosas, como la Amanita citrina, que es inofensiva, o la Russula virescens, que aunque presenta un aspecto similar, carece de anillo y volva, elementos característicos de la oronja verde. Esta confusión es una de las principales causas de envenenamientos accidentales.
La intoxicación provocada por el consumo de Amanita phalloides recibe el nombre de micetismo. Históricamente, ha sido responsable de numerosos envenenamientos mortales, destacando casos famosos como el del Emperador romano Claudio y el Emperador alemán Carlos VI de Habsburgo. Estos episodios ponen de manifiesto la importancia de un conocimiento riguroso y precaución extrema al recolectar setas silvestres.
Características morfológicas
Amanita phalloides es un hongo epigeo con esporocarpo visible, que presenta un cuerpo de fructificación grande e imponente, dotado de un píleo bien desarrollado. Su sombrero, que mide entre 5 y 15 cm de diámetro, inicialmente es redondeado y convexo, pero a medida que envejece se aplana y emite un característico olor dulzón.
El color del sombrero varía desde un amarillo pálido hasta un verde oliva intenso, aunque en algunas ocasiones puede aparecer muy claro, casi blanco, con fibras radiales más oscuras que se extienden hacia los bordes. Las láminas bajo el sombrero y el tallo son blancas, mientras que el tallo presenta un anillo bien definido, similar a una falda, que puede deteriorarse o desaparecer con el tiempo.
El tallo mide entre 8 y 15 cm de largo y de 1 a 2 cm de ancho. Su base se ensancha formando un bulbo característico, protegido por una envoltura blanca llamada volva. Esta volva, distintiva de Amanita phalloides, a menudo se oculta bajo la hojarasca, por lo que es fundamental removerla cuidadosamente para identificarla correctamente.
Esta especie emerge de la tierra envuelta en un velo universal que asemeja un huevo; cuando este se rompe, deja la volva como remanente visible en la base del tallo.
La carne de Amanita phalloides es blanca, con un ligero tono verdoso bajo la cutícula. Su textura no es muy firme y su sabor es suave y dulce en ejemplares jóvenes. Sin embargo, a medida que el hongo envejece, su olor se torna desagradable y repugnante, lo cual puede ser un indicio de su toxicidad.
Es importante destacar que, aunque su apariencia puede resultar atractiva, Amanita phalloides es una de las setas más venenosas del mundo, responsable de numerosas intoxicaciones mortales. Por ello, reconocer sus características morfológicas es esencial para evitar confusiones con especies comestibles.
Hábitat y distribución
Amanita phalloides aparece principalmente durante el otoño, ya que prefiere temperaturas moderadas y no tolera bien el frío intenso. Esta especie crece comúnmente en bosques caducifolios, especialmente bajo árboles como robles y castaños, donde el suelo suele ser ácido o ligeramente ácido, condiciones que favorecen su desarrollo. También se encuentra en áreas de montaña, donde crece cerca de coníferas y en praderas adyacentes a los bosques.
Su presencia puede ser abundante en ciertos años, dependiendo de las condiciones climáticas y la humedad del suelo. Es importante destacar que Amanita phalloides mantiene una relación micorrízica con los árboles, lo que significa que forma una simbiosis esencial para su crecimiento y para la salud del ecosistema forestal.
Además, la distribución de esta especie se ha extendido más allá de su área original en Europa, encontrándose actualmente en América del Norte y otras regiones, donde ha colonizado hábitats similares gracias a la introducción accidental.
Acción tóxica y mecanismos
Amanita phalloides contiene tres grupos principales de toxinas: amatoxinas, faloidinas y falolisinas. Estas sustancias son termorresistentes, lo que significa que no se destruyen mediante la cocción, el marinado ni el secado. Su mecanismo de acción principal consiste en inhibir la ARN polimerasa II, una enzima esencial para la transcripción del ADN y la síntesis proteica, lo que conduce a la muerte celular.
Las toxinas son rápidamente absorbidas en el tracto gastrointestinal y luego circulan a través del sistema enterohepático, siendo excretadas principalmente por los riñones y en menor medida por las heces. Sin embargo, algunos estudios sugieren que las amatoxinas podrían no participar directamente en este proceso de excreción, lo que aún genera debate en la comunidad científica.
La intoxicación por Amanita phalloides, conocida como micetismo, se divide en tres fases clínicas, precedidas por un período asintomático que puede durar entre 6 y 24 horas tras la ingestión, lo que explica su acción tardía y dificulta un diagnóstico temprano.
- Fase gastrointestinal: Se extiende de 12 a 36 horas e inicia con síntomas como dolor abdominal intenso, náuseas, vómitos y diarrea profusa. En algunos casos, la diarrea puede contener moco sanguinolento, lo que provoca una rápida deshidratación y puede desencadenar un estado de shock con alteraciones hidroelectrolíticas graves.
- Fase de mejoría aparente: Dura entre 12 y 24 horas, durante la cual los síntomas gastrointestinales parecen remitir. Sin embargo, en esta etapa comienza el daño hepático subyacente, evidenciado por el aumento progresivo de las enzimas hepáticas, aunque el paciente aún puede sentirse relativamente mejor.
- Fase hepatorenal: Se manifiesta entre 2 y 4 días después de la ingestión. En esta etapa, se observan signos claros de hepatotoxicidad, incluyendo elevación de bilirrubina y transaminasas, alteraciones en el perfil de coagulación, hipoglucemia y acidosis metabólica. Además, puede desarrollarse insuficiencia renal por daño tóxico directo o secundario a la deshidratación severa. Si no se recibe tratamiento oportuno y adecuado, esta fase puede culminar en la muerte por insuficiencia hepatorenal.
Es importante destacar que la gravedad de la intoxicación depende de la dosis ingerida, la rapidez del diagnóstico y la eficacia del tratamiento. Actualmente, el manejo incluye soporte vital, corrección de desequilibrios hidroelectrolíticos, y en casos severos, el trasplante hepático puede ser la única opción para salvar la vida del paciente. Además, investigaciones recientes exploran el uso de tratamientos específicos como la silibinina y la penicilina benzatina para bloquear la captación hepática de amatoxinas, mejorando el pronóstico.
Manifestaciones clínicas de la intoxicación
Es importante destacar que un solo ejemplar de Amanita phalloides puede causar una intoxicación grave en una persona. A pesar de los avances médicos que han reducido las tasas de mortalidad, el riesgo de fallecimiento sigue siendo elevado debido a la potencia de sus toxinas.
El cuadro clínico típico de la intoxicación por Amanita phalloides se desarrolla en varias fases bien definidas: inicialmente, hay un período asintomático que puede durar entre 6 y 24 horas, durante el cual la persona no presenta síntomas aparentes. Esta fase es seguida por una primera etapa gastrointestinal, caracterizada por náuseas intensas, vómitos, diarrea y dolor abdominal, que generalmente dura de 24 a 48 horas y puede llevar a una deshidratación severa.
Tras esta etapa, se presenta una fase de latencia o aparente mejoría clínica, donde los síntomas gastrointestinales disminuyen temporalmente, engañando tanto al paciente como a los médicos sobre la gravedad de la intoxicación. Sin embargo, esta mejoría es engañosa, ya que en el interior del organismo las toxinas continúan dañando los órganos.
Finalmente, surge la fase hepatorrenal, en la cual el veneno afecta principalmente al hígado y a los riñones, provocando insuficiencia hepática aguda y daño renal severo. Este daño puede ser irreversible y, en muchos casos, requiere un trasplante hepático urgente para salvar la vida del paciente.
Las toxinas principales, como las amatoxinas, inhiben la síntesis de ARN en las células hepáticas, causando la muerte celular masiva. Esta acción lenta y prolongada dificulta la identificación temprana de la intoxicación, aumentando la gravedad del envenenamiento. Por ello, es fundamental extremar las precauciones y no confundir Amanita phalloides con otras setas comestibles, pues su apariencia puede ser similar a especies inocuas.
Además, la intoxicación puede presentar complicaciones adicionales como coagulopatías, encefalopatía hepática y fallo multiorgánico. El diagnóstico precoz y la intervención médica inmediata, incluyendo la administración de tratamientos específicos como la silimarina o el uso de carbón activado, son cruciales para mejorar el pronóstico.
Basidiomicetos
Los Basidiomicetos constituyen una división del Reino Fungi que agrupa hongos capaces de producir estructuras reproductoras denominadas basidios, en las cuales se generan las basidiosporas. Esta división incluye principalmente hongos macroscópicos con sombrero, que abarcan una gran variedad de formas y funciones ecológicas. Dentro de este grupo se encuentran hongos comestibles de gran importancia gastronómica, como los champiñones (Agaricus bisporus), así como hongos tóxicos y alucinógenos, que han sido objeto de estudio tanto por sus efectos farmacológicos como por su impacto en la salud humana. Además, los Basidiomicetos incluyen fitopatógenos relevantes, como las royas y tizones, que afectan cultivos agrícolas y provocan pérdidas económicas significativas.
Este grupo es muy diverso y comprende aproximadamente 25,000 especies descritas, aunque se estima que el número real podría ser mucho mayor debido a la existencia de especies aún no clasificadas. La taxonomía de los Basidiomicetos ha sido objeto de múltiples revisiones y varía según los criterios utilizados por diferentes autores. Sin embargo, el consenso general establece la existencia de entre tres y cuatro clases principales dentro de esta división. La clase más conocida y diversa es la Agaricomycetes, que incluye alrededor de 20,000 especies, entre ellas muchos hongos con sombrero y setas comestibles, además de especies con roles ecológicos clave en la descomposición de materia orgánica y formación de micorrizas.
A pesar de los avances en su clasificación, la taxonomía de los Basidiomicetos continúa siendo un campo en evolución. La incorporación de técnicas moleculares y genómicas ha revelado relaciones filogenéticas complejas, lo que ha llevado a la creación de grupos taxonómicos parafiléticos que agrupan hongos con características morfológicas similares pero que no reflejan relaciones evolutivas precisas. Este desafío taxonómico subraya la necesidad de un estudio continuo para comprender mejor la diversidad y evolución de los Basidiomicetos, así como su importancia ecológica y económica.
Características de los Basidiomicetos
Los Basidiomicetos, junto con los Ascomicetos, forman uno de los filos más evolucionados dentro del reino Fungi. Se caracterizan principalmente por desarrollar un cuerpo fructífero bien definido, comúnmente conocido como seta, que está compuesto por un pie y un sombrero, estructuras especializadas para la dispersión de esporas.
Una característica distintiva de los Basidiomicetos es la presencia de células dicarióticas en sus hifas, es decir, cada célula contiene dos núcleos haploides coexistentes. Aunque esta fase dicariótica es común en muchos hongos, en los Basidiomicetos tiene una duración más prolongada y un papel crucial en su ciclo de vida, ya que favorece la formación eficiente de esporas sexuales. Por ejemplo, el basidio, que es la célula esporífera característica de este grupo, produce cuatro esporas en su superficie tras completar la meiosis, las cuales serán liberadas para iniciar un nuevo ciclo de vida.
Además, las hifas que constituyen el micelio de estos hongos son tabicadas o septadas, presentando paredes transversales que dividen las células pero con poros que permiten la comunicación entre ellas. En los Basidiomicetos, estos poros se denominan dolíporos y poseen una estructura más compleja y especializada que los poros de los Ascomicetos. Esta complejidad permite una regulación más precisa del intercambio de citoplasma, organelos y señales entre las células, lo cual es fundamental para la coordinación del crecimiento y desarrollo del hongo.
Adicionalmente, los Basidiomicetos incluyen una gran diversidad de especies que desempeñan roles ecológicos vitales, como descomponedores de materia orgánica, simbiontes ectomicorrízicos con plantas, e incluso algunos patógenos de plantas y animales. Ejemplos representativos de este grupo son los géneros Amanita, Boletus y Ganoderma, que presentan setas visibles y tienen importancia ecológica, económica y medicinal.
Reproducción de los Basidiomicetos
La reproducción sexual en los hongos incluye un proceso llamado plasmogamia, que consiste en la fusión del citoplasma de dos células. Este proceso se lleva a cabo mediante estructuras especializadas denominadas progametangios, que originan gametangios separados por un tabique. Al disolverse este tabique, ocurre la fusión citoplasmática propiamente dicha. Es importante destacar que este tipo de gametangios es característico de los hongos imperfectos, como las royas.
Contrariamente a lo mencionado en algunos textos, la reproducción de los Basidiomicetos no es exclusivamente asexual. De hecho, su reproducción sexual es la más característica y compleja entre los hongos, y se realiza a través de la formación de basidiosporas en estructuras especializadas llamadas basidios, ubicadas en las superficies fértiles del hongo, como las láminas de los hongos macroscópicos.
Los Basidiomicetos presentan estructuras denominadas esterigmas, que son pequeñas proyecciones en las que se forman y liberan las basidiosporas. Un mecanismo conocido como astricción permite la eyección activa de estas esporas, facilitando su dispersión en el ambiente. Las basidiosporas, al germinar, inician el ciclo reproductivo del hongo.
En términos más específicos, la reproducción sexual de los Basidiomicetos se desarrolla en tres etapas principales:
- Germinación de la basidiospora: La basidiospora germina y da origen a un micelio primario, que es tabicado y monocariótico, es decir, cada célula contiene un solo núcleo haploide. Estos núcleos se clasifican en dos tipos compatibles, designados como “+” y “-”.
- Fusión de micelios: El micelio primario tiene una vida corta, suficiente para que las hifas de signos opuestos se encuentren. En ese momento, las células forman una estructura llamada fíbula o clamp, que facilita la transferencia de un núcleo a la célula vecina, asegurando que cada célula del micelio secundario contenga dos núcleos compatibles (dicariota).
- Desarrollo del micelio secundario: Este micelio dicariota es capaz de crecer y desarrollarse durante largos períodos, a menudo bajo tierra. Es en este micelio donde se formarán los basidios, que posteriormente producirán las basidiosporas y completarán el ciclo reproductivo.
Además de la reproducción sexual, los Basidiomicetos pueden reproducirse asexualmente, aunque este modo es menos común. La reproducción asexual se realiza mediante conidios u oidios, que son esporas asexuales producidas directamente por el micelio, permitiendo una rápida colonización del ambiente en condiciones favorables.
En resumen, la reproducción de los Basidiomicetos es un proceso complejo que combina fases sexuales y asexuales, con mecanismos especializados para asegurar la diversidad genética y la supervivencia en distintos ambientes. Ejemplos representativos de este grupo incluyen los hongos comestibles como los champiñones (Agaricus bisporus) y los hongos que forman micorrizas, fundamentales para la salud de muchos ecosistemas terrestres.
Clasificación de los Basidiomicetos
La clasificación de los Basidiomicetos no es unánime debido a la gran diversidad y complejidad de este grupo dentro del Reino Fungi. Sin embargo, existen clasificaciones ampliamente aceptadas y estudiadas por micólogos e investigadores especializados.
La división Basidiomycota se compone principalmente de tres clases principales, cada una con características y grupos específicos:
- Clase Ustilaginomycetes: Conocidos comúnmente como tizones y carbones, estos hongos son principalmente parásitos de plantas, causando enfermedades importantes en cultivos agrícolas.
- Clase Urediniomycetes: Incluye a las royas, hongos patógenos que afectan a diversas plantas, caracterizados por su ciclo de vida complejo y su impacto en la agricultura y la ecología natural.
- Clase Hymenomycetes: Agrupa a los hongos con sombrero, los más conocidos y visibles, como champiñones, setas y otras formas que desarrollan estructuras reproductivas llamadas basidios sobre superficies expuestas.
Dentro de estas clases, especialmente en Hymenomycetes, se encuentran diversos órdenes que abarcan una amplia variedad de especies con formas, hábitats y funciones ecológicas distintas. Entre los órdenes más representativos están:
- Agaricales: Incluye muchos hongos con sombrero y láminas, como los champiñones y las amanitas, algunos comestibles y otros tóxicos.
- Auriculariales: Hongos con cuerpos fructíferos gelatinosos, como la oreja de Judas (Auricularia auricula-judae), apreciados en la gastronomía asiática.
- Boletales: Hongos con poros en lugar de láminas, como los boletos, muchos de los cuales son comestibles y de gran importancia económica.
- Bondarzewiales: Incluye hongos parásitos y saprótrofos que forman grandes cuerpos fructíferos leñosos.
- Cantharellales: Contiene hongos comestibles muy valorados, como las rebozuelas (Cantharellus).
- Cortinariales: Hongos caracterizados por la presencia de un velo parcial que cubre las láminas en desarrollo.
- Dacrymycetales: Hongos gelatinosos, a menudo encontrados en madera en descomposición.
- Fistulinales: Grupo menos conocido, que incluye hongos con estructuras tubulares en sus cuerpos fructíferos.
- Ganodermatales: Incluye al género Ganoderma, con especies conocidas por sus propiedades medicinales y su durabilidad en ecosistemas forestales.
- Gomphales: Hongos con formas variadas, algunos con estructuras coraliformes.
- Hericiales: Hongos con espinas o dientes en lugar de láminas o poros, como Hericium erinaceus, conocido por sus aplicaciones medicinales y culinarias.
- Hymenochaetales: Hongos saprótrofos y parásitos que afectan principalmente a árboles, causando pudrición de la madera.
- Lachnocladiales: Grupo que incluye hongos con cuerpos fructíferos esponjosos o coralinos.
- Lycoperdales: Conocidos como «hongos de polvo» o «pedos de lobo», producen esporas en estructuras esféricas que se dispersan al romperse.
- Melanogastrales: Hongos con cuerpos fructíferos subterráneos o hipogeos, relacionados con trufas y otros hongos micorrízicos.
- Nidulariales: Hongos conocidos como «hongos nido de pájaro» por la forma de sus cuerpos fructíferos que contienen esporas en estructuras semejantes a huevos.
- Phallales: Hongos con formas peculiares y olores desagradables, como los «hongos del pene» o estinkhorns, que atraen insectos para dispersar sus esporas.
- Poriales: Hongos que forman cuerpos fructíferos porosos, muchos con importancia ecológica en la descomposición de madera.
- Russulales: Incluye géneros como Russula y Lactarius, con especies comestibles y otras que contienen compuestos tóxicos.
- Schizophyllales: Hongos con láminas divididas, como Schizophyllum commune, uno de los hongos más extendidos en el mundo.
- Sclerodermatales: Hongos que producen cuerpos fructíferos duros y esféricos, conocidos como «hongos bola» o «bolas de tierra».
- Stereales: Hongos formadores de micelio que producen estructuras fructíferas resupinadas, adheridas a sustratos como madera.
- Thelephorales: Hongos con cuerpos fructíferos coriáceos o cerebriformes, frecuentemente formando asociaciones micorrízicas.
- Tremellales: Hongos gelatinosos, algunos parásitos de otros hongos, con relevancia ecológica en la descomposición.
- Tulostomatales: Hongos con cuerpos fructíferos en forma de globo sostenidos por un estípite, conocidos como «hongos pelotita».
Esta clasificación refleja la enorme diversidad morfológica, ecológica y funcional de los Basidiomicetos, que desempeñan roles esenciales en los ecosistemas como descomponedores, parásitos, simbiotes y fuentes de alimento para múltiples organismos. La taxonomía continúa evolucionando a medida que se incorporan nuevas técnicas moleculares y genéticas para entender mejor las relaciones filogenéticas dentro de este fascinante grupo de hongos.
Clasificación por Tipología de Basidios
Los Basidiomicetos se clasifican también según las características de sus basidios en dos grupos principales: Heterobasidiomycetes y Homobasidiomycetes.
Heterobasidiomycetes se caracterizan por tener basidios septados, es decir, divididos en compartimentos mediante tabiques, lo que les otorga una estructura compleja y segmentada. Las esporas producidas por estos hongos son especialmente resistentes debido a su pared celular gruesa, lo que les permite sobrevivir en condiciones adversas. Además, presentan diversidad en sus conidios, produciendo más de un tipo, lo que contribuye a su adaptación y dispersión. Algunos ejemplos destacados de este grupo incluyen los hongos del género Tremella, conocidos por sus cuerpos fructíferos gelatinosos, y otros asociados a relaciones simbióticas o parásitas.
Por otro lado, los Homobasidiomycetes poseen basidios uniformes, sin septos, con forma generalmente claviforme o cilíndrica. En este grupo, la basidiospora germina directamente formando una nueva hifa, lo que facilita su desarrollo y colonización rápida. Los órdenes principales de los Homobasidiomycetes incluyen:
- Tremelales: hongos con estructuras gelatinosas, muchos de los cuales son parásitos de otros hongos.
- Uredinales: conocidos comúnmente como royas, son importantes patógenos de plantas, causando enfermedades que afectan cultivos agrícolas.
- Ustilaginales: denominados comúnmente como tizones, también son patógenos de plantas y producen estructuras fructíferas oscuras y polvorientas.
Esta clasificación no solo facilita el estudio morfológico y fisiológico de los Basidiomicetos, sino que también es fundamental para entender su papel ecológico y su impacto en la agricultura, la industria y los ecosistemas naturales.
Micología
La micología es la rama de la biología encargada del estudio de los hongos en todas sus formas, denominaciones y orígenes. Estos organismos desempeñan un papel fundamental en los ecosistemas como descomponedores de materia orgánica muerta, tanto de animales como de plantas, transformándola en nutrientes esenciales para el suelo y para otros organismos. Además, los hongos tienen una gran diversidad morfológica y funcional, que abarca desde levaduras microscópicas hasta grandes cuerpos fructíferos visibles, como los hongos comestibles y venenosos.
La micología tiene sus raíces en la medicina, especialmente en la microbiología, donde se enfoca en el estudio de los hongos patógenos que afectan a humanos y animales. Originalmente, esta disciplina surgió para investigar enfermedades causadas por hongos, ya sea por su consumo o por la interacción directa con ellos. Esta área de estudio ha evolucionado considerablemente, incorporando avances en biotecnología, farmacología y ecología, lo que ha permitido desarrollar tratamientos antifúngicos y estrategias para el control de infecciones.
A pesar de los avances científicos y la disponibilidad de antifúngicos o antimicóticos, las infecciones producidas por hongos continúan siendo un desafío importante para la salud pública a nivel mundial. Estas infecciones pueden variar desde afecciones superficiales, como la tiña, hasta enfermedades invasivas que comprometen órganos vitales, especialmente en personas inmunodeprimidas. Por ello, la micología médica sigue siendo un campo de investigación activo, buscando mejorar el diagnóstico, tratamiento y prevención de las micosis.
Además de su importancia médica, los hongos tienen un gran valor en otros ámbitos, como la industria alimentaria, donde se emplean en la producción de quesos, pan y bebidas fermentadas; en la agricultura, como agentes biocontroladores; y en la biotecnología, para la producción de enzimas, antibióticos y otros compuestos bioactivos. Por lo tanto, la micología no solo contribuye a la comprensión de la biodiversidad y los procesos ecológicos, sino también a múltiples aplicaciones prácticas que benefician a la sociedad.
Historia de la Micología
La práctica de recolectar, consumir y estudiar las setas u hongos tiene raíces muy antiguas. En cuevas prehistóricas del Neolítico, anteriores a la Edad de los Metales, se han encontrado representaciones de especies como Boletus y Aphyllophoromycetes. Asimismo, en Egipto, en la tumba del faraón Amenemhat, se han hallado imágenes relacionadas con hongos. Sin embargo, se considera que fue en la antigua Grecia donde se inició el estudio científico de estos organismos y donde surgió el término micología.
Destacan en el siglo V a.C. los tratados de Hipócrates y Eurípides, quienes realizaron las primeras observaciones sobre el uso y las propiedades de los hongos. En el siglo IV a.C., Aristóteles se posicionó como el primer clasificador con bases científicas al incluir hongos en sus estudios de historia natural. Otros naturalistas griegos relevantes fueron Teofrasto, así como Dioscórides y Galeno, quienes aportaron conocimientos sobre la biología y usos medicinales de los hongos.

Durante la época del Imperio Romano, el conocimiento sobre hongos estaba bastante avanzado. En un documento del siglo I d.C., conocido como una grafía, se menciona el Lactarius deliciosus o níscalo, protagonista de un relato histórico en el que Agripina supuestamente envenenó al emperador Claudio añadiendo a su ración diaria de Amanita caesarea una mortal Amanita phalloides. Este episodio refleja el conocimiento y la atención que se tenía sobre las diferentes especies de hongos y sus efectos.
Hacia el año 70 d.C., Plinio el Viejo estudió especies como Amanita y Boletus. Sin embargo, durante la Edad Media el avance en la micología se estancó considerablemente. Los principales aportes provinieron del médico persa Avicena, y se documentaron eventos negativos como la plaga causada por el hongo Claviceps purpurea, responsable del ergotismo, una enfermedad que provocó graves daños en Europa.
En el Renacimiento, durante el siglo XVI, el italiano Andrea Cesalpino elaboró una clasificación más precisa de los hongos, perfeccionando los trabajos iniciados por Aristóteles. En esta época, el Papa Clemente VII sufrió una intoxicación por el consumo de setas, un hecho que reavivó el interés por la investigación de estos organismos y sus propiedades tóxicas.
Ya en el siglo XVIII, el naturalista sueco Carlos Linneo publicó su obra Sistema Naturae, en la que estableció una nomenclatura binomial para todos los seres vivos, incluyendo a los hongos. Fue el primero en distinguir géneros y describir aproximadamente 105 especies de hongos. Más adelante, la historia volvió a registrar envenenamientos notorios, como el del emperador Carlos VI de Alemania.
Durante el siglo XIX, Karl Pearson describió 1,926 especies, ampliando el conocimiento taxonómico micológico. Simultáneamente, Charles Darwin, reconocido por su obra El Origen de las Especies, contribuyó a la clasificación de los hongos organizándolos en clase, orden, familia, género y especie, sistema que aún se utiliza en la actualidad. A pesar de estos avances, los casos de intoxicación continuaron, afectando a figuras como el emperador Alejandro de Rusia y el cardenal Consalvi.
El siglo XX marcó un gran avance en el desarrollo científico de la micología. Gracias al uso de potentes microscopios electrónicos, los micólogos comenzaron a identificar características microscópicas como esporas, basidios y otras estructuras, complementando la clasificación basada en rasgos macroscópicos. Se produjeron importantes revisiones en géneros y especies, y se describieron más de 100,000 especies de hongos. De estas, cerca de la mitad forman cuerpos fructíferos visibles, comúnmente conocidos como setas.
Micología y el Reino Fungi
Durante mucho tiempo, los seres vivos se clasificaron en dos grandes reinos: el animal y el vegetal. En esta clasificación tradicional, el reino vegetal agrupaba no solo a árboles y plantas de todo tipo, sino también a los hongos. Sin embargo, en algunas especies nunca fue completamente claro el límite entre lo animal y lo vegetal, especialmente en aspectos relacionados con su nutrición y reproducción.
En la antigua Grecia, ya existían dudas sobre la verdadera naturaleza de los hongos. El filósofo Teofrasto los describió como “plantas imperfectas”, carentes de raíces, flores y frutos, lo que generó ambigüedad sobre su clasificación. En efecto, los hongos son organismos criptógamos, es decir, carecen de estructuras típicas de las plantas como flores, hojas y raíces. Aunque presentan estructuras semejantes a tallos y un cuerpo vegetativo, no poseen savia ni realizan fotosíntesis, lo que los diferencia claramente de las plantas.
Fue hasta el siglo XX, con el avance de la microscopía electrónica y técnicas moleculares, que se lograron establecer diferencias claras entre el Reino Vegetal y el Reino Fungi. Se comprobó que, a diferencia de las plantas que absorben nutrientes principalmente a través de raíces y estomas, utilizando agua, sales minerales y dióxido de carbono para la fotosíntesis, los hongos obtienen su alimento por absorción directa de materia orgánica en descomposición o en simbiosis con otros organismos, mediante sus filamentos denominados micelios. Además, mientras que las plantas crecen tanto en sentido vertical como horizontal y se reproducen mediante semillas o esporas, los hongos se reproducen exclusivamente por esporas y su crecimiento se extiende predominantemente de manera horizontal a través del micelio.
Esta diferenciación permitió la creación del Reino Fungi como un grupo biológico independiente, que incluye a organismos tan diversos como las levaduras, mohos y los hongos superiores, como los basidiomicetos y ascomicetos. Los hongos desempeñan un papel fundamental en los ecosistemas, actuando como descomponedores clave que reciclan nutrientes y estableciendo relaciones simbióticas esenciales, como las micorrizas, que benefician a las plantas.
Diferencias entre Hongos y Vegetales
La característica más distintiva de los hongos, que los diferencia claramente de los vegetales, es la ausencia de cloroplastos. Esto significa que los hongos no pueden realizar la fotosíntesis, proceso fundamental en las plantas para producir su propio alimento mediante la luz solar.
En cuanto a la nutrición, los organismos del Reino Animal obtienen sus nutrientes mediante ingestión, es decir, ingieren y digieren alimentos en su interior. Por otro lado, los vegetales sintetizan su alimento a través de la fotosíntesis, utilizando la clorofila para transformar la energía solar en compuestos orgánicos. Los hongos, en cambio, absorben nutrientes directamente del medio que los rodea, generalmente mediante una relación simbiótica o a través de la formación de micorrizas, asociaciones mutualistas con las raíces de las plantas que benefician a ambos organismos.

Desde el punto de vista bioquímico, los hongos almacenan reservas de glucógeno, un polisacárido también característico del Reino Animal, en contraste con las plantas, que almacenan almidón como fuente de energía. Esta particularidad refleja una diferencia metabólica significativa que refuerza su clasificación separada.
Otra diferencia notable radica en sus métodos de reproducción. Los hongos se reproducen principalmente mediante esporas, estructuras reproductivas resistentes y adaptadas para dispersarse en el ambiente. En cambio, los vegetales se reproducen a través de semillas, rizomas, estolones y otros mecanismos vegetativos.
En resumen, la ciencia de la micología ha permitido establecer al Reino Fungi como un grupo independiente, con características únicas que justifican su separación del reino vegetal. Actualmente, se reconocen tres grandes reinos en la clasificación de los seres vivos: Animalia, Plantae y Fungi, cada uno con sus propias particularidades y procesos biológicos.